4.5.14

Alba.

Eres como ese sueño que enterré atado a mil cadenas, a dos mil metros de profundidad del nivel del suelo, y al que me hubiera apostado tres mil millones de dólares a cualquier número de la ruleta a que nunca se cumpliría. Eres esa sonrisa sin ni siquiera haber abierto los ojos, ese atardecer al que todo el mundo fotografiaría por si nunca más volvían a ver algo tan maravilloso, eres como el llanto de un bebé para esa madre que lo acaba de engendrar, quizá como el sexo, más suave o más duro pero siempre tan ansiado, a veces, tan tabú.

Joder, eres ese minuto de satisfacción al rozar la victoria con la punta de los dedos, eres el orgasmo más grande que cualquiera haya podido experimentar, eres luz en un puto duelo de tinieblas, y ¿cómo no? Lo que sí que sí, eres todo para alguien como yo.

Alguien, que nunca pensó recobrar nada, alguien que aseguró su vida a todo riesgo, porque ella no sabría cuidarla, ese alguien que un día no sabía si deseaba hacer puenting por las sensaciones que ello conlleva o por jugar con su suerte, por darse a sí misma, lo que nadie le daba.

Y entonces, justo en el momento en que la vida, parecía haber perdido esa sonrisa que siempre brillaba en la comisura de sus labios, vienes y recoges todos esos trastos que ya, parecían parte del suelo, y los ordenas, retiras los tres mil millones de dólares de un número que jamás tocaría, te hundes a dos mil metros de profundidad del nivel de la tierra, y no es que quites esas mil cadenas, es que ya no sé donde has podido dejarlas.




25.3.14

Desarraigo.

Solía mostrarme completa, inmejorablemente satisfecha y quizá un poco más risueña de lo que habitúo a ser. Solía mirar el reloj solo en las horas impares, y pasar las horas en la cama, simulando ver llover, simulando descansar, incluso pensar. Solía evadir las conversaciones tabús, y no hablo de temas de cama, y solía encoger los hombros cuando hablaban de lo que iba mal. Aprendí a chasquear la lengua y soltar una sonrisa ladeada cuando las cosas no salían como mi cerebro había proyectado para mi una y otra vez.

Incluso proyectó palabras, que no eran mías, ni para esas personas, pero lo hizo, como si fuera un mecanismo de defensa interno que hubiera nacido conmigo en algún momento, pasando desapercibido hasta entonces.

De repente me dije basta, me saturé de cordialidad y de ese desarraigo que me había encadenado como se encadena a un inocente a una cadena perpetua. Y entonces me volví a encontrar conmigo misma, y ya no me di dos besos, si no que me abracé, me abracé para no volver a soltarme, para no compartirme innecesariamente, para cuidarme.

Cuidarme, como sabía hacer, sin mentirme.

Regresos puntuales.

¿Por qué no remontarnos al principio?
Cuando escribía para mi, cuando escribía sobre todo para divertirme. ¿Por qué no empezar de cero?

Hay tanto de qué hablar, tanto que cambiar, tanto justo, tanto vencido, tanto...que ni siquiera yo misma se de lo que estoy hablando ahora.

Marzo acaba de llegar y ya parece despedirse, pero no importa, espero, que pronto volvamos a vernos, o quizá simplemente espero, mejorar la próxima visita, la próxima hoja de firmas o mi sonrisa a la hora del final de éste, ese último suspiro que es, al fin y al cabo, el sabor de boca que te dejan las cosas.