25.3.14

Desarraigo.

Solía mostrarme completa, inmejorablemente satisfecha y quizá un poco más risueña de lo que habitúo a ser. Solía mirar el reloj solo en las horas impares, y pasar las horas en la cama, simulando ver llover, simulando descansar, incluso pensar. Solía evadir las conversaciones tabús, y no hablo de temas de cama, y solía encoger los hombros cuando hablaban de lo que iba mal. Aprendí a chasquear la lengua y soltar una sonrisa ladeada cuando las cosas no salían como mi cerebro había proyectado para mi una y otra vez.

Incluso proyectó palabras, que no eran mías, ni para esas personas, pero lo hizo, como si fuera un mecanismo de defensa interno que hubiera nacido conmigo en algún momento, pasando desapercibido hasta entonces.

De repente me dije basta, me saturé de cordialidad y de ese desarraigo que me había encadenado como se encadena a un inocente a una cadena perpetua. Y entonces me volví a encontrar conmigo misma, y ya no me di dos besos, si no que me abracé, me abracé para no volver a soltarme, para no compartirme innecesariamente, para cuidarme.

Cuidarme, como sabía hacer, sin mentirme.

Regresos puntuales.

¿Por qué no remontarnos al principio?
Cuando escribía para mi, cuando escribía sobre todo para divertirme. ¿Por qué no empezar de cero?

Hay tanto de qué hablar, tanto que cambiar, tanto justo, tanto vencido, tanto...que ni siquiera yo misma se de lo que estoy hablando ahora.

Marzo acaba de llegar y ya parece despedirse, pero no importa, espero, que pronto volvamos a vernos, o quizá simplemente espero, mejorar la próxima visita, la próxima hoja de firmas o mi sonrisa a la hora del final de éste, ese último suspiro que es, al fin y al cabo, el sabor de boca que te dejan las cosas.